Alita, la serie cyberpunk manga creada por Yukito Kishiro, aterrizó en España en 1993 junto a una auténtica avalancha de obras niponas que empezaban a invadir inexorablemente el mercado español de la historieta. Pero en mí, como en tantos otros lectores, Alita (me niego a llamarla Gally y menos Gunnm que siempre me ha sonado a chicle) causó un enorme impacto que no provocaron otros títulos (excepto Akira, por supuesto). Y es que la historia de esta chica androide de grandes ojos y boca de piñón reunía una serie de elementos que irremediablemente la iban a convertir en obra de culto. Empezando por su estilizado y detallado dibujo y el diseño de sus personajes a medio camino entre la caricatura y la representación realista y siguiendo por un argumento que reunía en una misma obra la emoción, la épica, la filosofía, la religión, la tecnología, el clasismo social y los conflictos existencialistas. En definitiva, que esta obra aparte de entretener y hacerte disfrutar como un enano con su acción y violencia sin mesura llena de líneas cinéticas (alucinante el arco argumental de la Motorball), conseguía emocionarte con uno de los elencos de personajes más humanos que he leído en papel (Alita la que más, a pesar de ser un robot) y sobre todo hacerte reflexionar sobre las relaciones humanas y el poder, sobre la delgada línea que separa el amor del odio, y sobre la vida y la muerte, casi nada.
La serie cuenta las andanzas de esta chica androide creada pieza a pieza a partir de los restos de otras máquinas encontrados en un vertedero por Daysuke Ido, joven mecánico de robots de carácter afable y padre tecnológico de Alita al comienzo de la historia. Ido como un padre protector, intentará preservar la pureza, la bondad y el amor en el corazón de Alita cosa harto difícil en un entorno dominado por la violencia y la hostilidad. Así la historia de Alita tiene casi tintes de Tragedia griega y supone una epopeya de la pérdida de la inocencia de la protagonista donde el desarrollo psicológico de los personajes, los inesperados pero inevitables giros de guión, la ciudad como un monstruoso personaje más y los villanos que tras su máscara de maldad esconden a un ser lleno de conflictos, real y patético, conforman una de las mejores series no solo de manga sino de la historia del 9º arte.